Descubriendo el más allá
Quiero compartir con ustedes el cuento que escribió Valeria Tomasini, persona a quien quiero profundamente. Les comento que se sacó 10 en el colegio por este trabajo.
La propuesta es leerlo y opinar...
Cualquier otra persona que tenga ganas de mandar un cuento, poesía o algo ya sabe que puede contar con este espacio (me lo envían por mail y yo lo pongo).
Descubriendo el más allá
El Sol se extinguía. Otra nueva noche invernal se hacía presente. Los ladridos de perros no cesaban. La furia del viento golpeaba cierto objeto. Yo lo escuchaba. No lo veía.
Ya estaba resignado. Nadie me escucharía. Las uñas me sangraban. Percibía el sabor en el paladar. Una pequeña rendija me permitía inhalar algo de aire.
Hace más de seis horas que debía estar allí. Había despertado en la penumbra. Estaba encerrado. Incertidumbre. Desconcierto. Mi mente ya no alcanzaba a procesar tantas ideas. Mis músculos se habían tensado. El pánico recorría mis venas. El corazón iba a salirse de mi cuerpo. ¡Tantos movimientos! ¡Tantos ruegos! La desesperación me había invadido completamente.
Luego me contuve. Podía percibir cómo transitaban las horas. Ya todas las sensaciones habían cambiado. Llegaba la angustia. El dolor. La impotencia. Estaba sumiso.
Sabía en dónde me encontraba. Ya había visto antes la bóveda dispuesta para mi familia. Nunca imaginé que la viviría desde adentro. Al menos no que la viviría. Pensar que estoy a unos centímetros de de mi abuelo. De mi difunto abuelo.
Por un momento lo dudé. Quizá ya había muerto. Quizá esto era la muerte. ¿Soy mi propio espíritu? En mi desesperación llamé al cadáver de mi abuelo. Le imploré que me ayudara. Quizá él estaba en mi situación. Tal vez él podría socorrerme. ¡Qué tontería! ¡Como si un muerto fuera a escucharme! ¡Estoy tan confundido! Pero luego volví a la realidad. A mi única realidad.
No veía la hora de dejar la vida. Igualmente no faltaba tanto. Me costaba respirar. Ya no me esforzaba por inhalar a través de la rendija. Para qué seguir extendiendo mi existencia vanamente.
Traje a la memoria los momentos felices de mi vida. Pero me fue inútil. Pensaba en mi familia y sentía bronca. Cómo pudieron equivocarse tanto. Cómo no se dieron cuenta de que no había muerto. Hace cuánto había estado allí dormido. ¡Si hubiesen sabido que me encontraba desamparado y vivo en mi propio ataúd!
Nunca había creído en Dios. Siempre le había sido indiferente. Habría sido absurdo y oportunista pedirle que tuviera piedad de mí en ese momento. Yo siempre había sido una persona muy justa y quería morir como tal.
Mi cara estaba cubierta de una especia de pasta. También tenía puesto un vestido de una tela suave que rozaba mi piel. Me aferraba a ella e imaginaba que eran las manos de Alicia acariciándome. Protegiéndome. Pobrecita. Cómo estaría el amor de mi vida. Espero que pueda ser feliz sin mí.
Ya era desesperanza. Me invadían pensamientos absurdos. Algo extraño me ocurría. Veía rayas de colores. Luego se convertían en órbitas que iban desapareciendo instantáneamente. Un frío áspero recorría mi espalda. Yo imaginaba: ¡nieve! De repente se me cruzó el rostro de mi madre. Luego el de mi abuelo que si mal no recordaba estaba en el ataúd de arriba.
Me había quedado exánime. Mi corazón se detenía. Mantos de oscuridad cubrían las imágenes que mi mente engendraba. Imaginé el cielo. Un cielo que se cubrió con el último y lóbrego manto. En ese momento me apagué.
La propuesta es leerlo y opinar...
Cualquier otra persona que tenga ganas de mandar un cuento, poesía o algo ya sabe que puede contar con este espacio (me lo envían por mail y yo lo pongo).
Descubriendo el más allá
El Sol se extinguía. Otra nueva noche invernal se hacía presente. Los ladridos de perros no cesaban. La furia del viento golpeaba cierto objeto. Yo lo escuchaba. No lo veía.
Ya estaba resignado. Nadie me escucharía. Las uñas me sangraban. Percibía el sabor en el paladar. Una pequeña rendija me permitía inhalar algo de aire.
Hace más de seis horas que debía estar allí. Había despertado en la penumbra. Estaba encerrado. Incertidumbre. Desconcierto. Mi mente ya no alcanzaba a procesar tantas ideas. Mis músculos se habían tensado. El pánico recorría mis venas. El corazón iba a salirse de mi cuerpo. ¡Tantos movimientos! ¡Tantos ruegos! La desesperación me había invadido completamente.
Luego me contuve. Podía percibir cómo transitaban las horas. Ya todas las sensaciones habían cambiado. Llegaba la angustia. El dolor. La impotencia. Estaba sumiso.
Sabía en dónde me encontraba. Ya había visto antes la bóveda dispuesta para mi familia. Nunca imaginé que la viviría desde adentro. Al menos no que la viviría. Pensar que estoy a unos centímetros de de mi abuelo. De mi difunto abuelo.
Por un momento lo dudé. Quizá ya había muerto. Quizá esto era la muerte. ¿Soy mi propio espíritu? En mi desesperación llamé al cadáver de mi abuelo. Le imploré que me ayudara. Quizá él estaba en mi situación. Tal vez él podría socorrerme. ¡Qué tontería! ¡Como si un muerto fuera a escucharme! ¡Estoy tan confundido! Pero luego volví a la realidad. A mi única realidad.
No veía la hora de dejar la vida. Igualmente no faltaba tanto. Me costaba respirar. Ya no me esforzaba por inhalar a través de la rendija. Para qué seguir extendiendo mi existencia vanamente.
Traje a la memoria los momentos felices de mi vida. Pero me fue inútil. Pensaba en mi familia y sentía bronca. Cómo pudieron equivocarse tanto. Cómo no se dieron cuenta de que no había muerto. Hace cuánto había estado allí dormido. ¡Si hubiesen sabido que me encontraba desamparado y vivo en mi propio ataúd!
Nunca había creído en Dios. Siempre le había sido indiferente. Habría sido absurdo y oportunista pedirle que tuviera piedad de mí en ese momento. Yo siempre había sido una persona muy justa y quería morir como tal.
Mi cara estaba cubierta de una especia de pasta. También tenía puesto un vestido de una tela suave que rozaba mi piel. Me aferraba a ella e imaginaba que eran las manos de Alicia acariciándome. Protegiéndome. Pobrecita. Cómo estaría el amor de mi vida. Espero que pueda ser feliz sin mí.
Ya era desesperanza. Me invadían pensamientos absurdos. Algo extraño me ocurría. Veía rayas de colores. Luego se convertían en órbitas que iban desapareciendo instantáneamente. Un frío áspero recorría mi espalda. Yo imaginaba: ¡nieve! De repente se me cruzó el rostro de mi madre. Luego el de mi abuelo que si mal no recordaba estaba en el ataúd de arriba.
Me había quedado exánime. Mi corazón se detenía. Mantos de oscuridad cubrían las imágenes que mi mente engendraba. Imaginé el cielo. Un cielo que se cubrió con el último y lóbrego manto. En ese momento me apagué.
soy lucasb:
che, de nuevo me aburrio el cuento de valeria.
sserá que estoy muy pilas, pero no aguanté leerlo todo.
JAJAJA, vieron que feo que nadie les lea lo que escriben???
chau
Si es feo que nadie lea lo que escribís, ¿por qué hacés lo mismo?
Intentá leer el cuento de Vale, dale...
Y a todos los lectores de esta página les propongo que lean la página de Lucas, que es muy interesante!
Bueno, seguimos en contacto...=)
Nadie te pidió que leyeras mi cuento, Lucas. Si no te interesa no lo digas. Yo no estoy interesada en leer tu blog, pero al menos no entro a tu página a decirlo.
Valeria
Bastaaaaaaaa, el cuento de Valeria me persigue en contra de mi voluntad. Es mi peor pesadilla, lo leí más de 300 veceeeeeeessssssss...
Qué maravilla el cuento de Valerita!!! Este es el segundo que tengo la oportunidad de disfrutar y me llama poderosamente la atención el clima que logra crear con sus historias intensas. Adelante, Velerita!!!
Hay diferentes concursos donde podrías presentar tus historias para darte a conocer cada vez más… tené en cuenta esa posibilidad…
Felicitaciones a Barbi que con esta página promueve el arte que realizan los artistas aún no tan conocidos.
HAY QUE LLENAR LA PÁGINA NO???????